El año escolar está terminando, las y los profesores están cerrando los promedios y los equipos directivos realizan los últimos balances. Comenzamos a preguntarnos cómo nos fue, pero, más allá de la importancia de esta reflexión, hay una pregunta que debiese movilizarnos constantemente: ¿Qué más nos queda por hacer?
Trabajar en educación es permanentemente pensar en ambas interrogantes. Por un lado, queremos evaluar nuestras prácticas para saber si debemos mantenerlas o mejorarlas y, a la vez, estamos mirando hacia el futuro para innovar y motivar a profesores y estudiantes en el arduo proceso que involucra la enseñanza y el aprendizaje.
Es en este contexto que, al hacer el balance del año, me tranquiliza ver que las comunidades escolares no están enfrentando solas este desafío, sino que de a poco son más los actores de distintas áreas que van comprometiéndose con esta tarea. Empresas, sociedad civil e instituciones públicas se están articulando para apoyar desde las distintas necesidades a los establecimientos. El aprendizaje de nuestras y nuestros estudiantes es prioridad y nos moviliza todos los días. Y es que los grandes problemas de la sociedad sólo se resuelven si trabajamos de manera colaborativa en torno a un objetivo común. Si ya existe y se promueve el trabajo en red y unidos por este propósito, estoy convencida que el 2025 será un año determinante para continuar construyendo mayores oportunidades desde el trabajo colectivo, para que las niñas, niños y jóvenes de nuestro país reciban una educación de calidad.
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